"Un viaje de mil millas empieza con un paso." Lao Tse.

viernes, 30 de mayo de 2008

China: la frontera y el bus-litera de Hekou a Kunming

Nos costó sudor y lágrimas entrar a China, ¡pero lo conseguimos!
Entramos a China por la ciudad de Hekou, al otro lado de un puente que la separa de Lao Cai (Vietnam). Antes de poder coger el autobús-litera que nos llevaría a Kunming, tuvimos que pasar por unos engorrosos trámites en la frontera, que nos llevaron casi una hora. En primer lugar, nos hicieron rellenar unos papeles. Luego, una amable pareja de policías –la chica hablaba un poco de inglés-, nos hicieron pasar a una sala, donde estaban registrando el equipaje de una pareja de japoneses. Tuvimos que esperar un rato hasta que empezaron a registrar lo nuestro: hubo que abrir todas las bolsas y se lo miraban todo, poniendo especial atención en los libros y revistas. Habiendo leído que a algunos viajeros les habían confiscado la guía de Lonely Planet, por el absurdo motivo de que en el mapa de China la región del Tibet aparecía con un color distinto, me cuidé de esconderla bien entre las ropas, y cuando me preguntaron si llevaba algún libro más les dije que eso era todo. En cuanto al portátil, en un momento dado se lo empezaron a mirar como si quisieran encenderlo y mirar su contenido, pero yo les dije rápidamente que sólo lo usábamos para descargar las fotos, y no sé si fue por esto o porque les daba pereza que nos lo dieron por conforme. Así que finalmente nos dieron el visto bueno y pudimos pasar por el mostrador donde nos pusieron el sello de entrada. Creíamos que ya estaba todo, pero aun no había terminado la odisea: tuvimos que pasar el equipaje por un escaner, tras lo cual otra policía nos dijo que le mostráramos los libros que llevábamos -otra vez?, pensamos- , a  lo que una vez más utilicé la misma táctica de dárselo todo menos la Lonely Planet que seguía escondida. Después de mirárselos con suma lentitud, nos preguntó si llevábamos algún otro libro que hiciera referencia a China, a lo que le respondí descaradamente que no, aunque por dentro temblaba como una hoja... Afortunadamente me creyó, dejó de fisgonear el equipaje y finalmente pudimos salir de aquella pesadilla burocrática, con nuestros pasaportes en regla y listos para empezar nuestra aventura china.

Auténticas literas rollo militar en el bus a Kunming
Gracias a las indicaciones de aquella mujer policía pudimos encontrar en un par de minutos y sin dificultad la estación de autobuses. Como ya teníamos el billete, que habíamos adquirido a través de una agencia de viajes de Sapa (nos salió unos 6 euros más caro, pero así ya teníamos la reserva hecha); mostramos el billete a una especie de vigilante y nos indicó el bus que teníamos que coger. Cuando lo vimos nos quedamos bastante sorprendidos: era un bus con literas de verdad, es decir, no los típicos asientos que se reclinan 180 grados para parecer una cama, sinó que había ¡dos filas de literas metálicas de dos camas cada una, como en la mili!. Estaban numeradas y nos tocaron unas arriba. Colocamos como pudimos nuestras pertenencias en la cama y nos predispusimos a sentirnos como sardinas enlatadas en las ocho horas que nos esperaban de camino…

El bus se llenó del todo y, aparte de otra pareja japonesa y un holandés, el resto eran chinos. Salió puntual y empezó el recorrido paralelo al curso de un río, entre paisajes montañosos. La carretera estaba bastante mal, la mayor parte del tiempo íbamos botando, lo que dificultó el dormir, si es que alguna vez tuvimos la esperanza de hacerlo... A las 2 horas se paró para ir a unos servicios que parecían sacados de una película de miedo: una chica a la entrada cobrando medio yuan para poder acceder –para mi perplejidad y asombro- a una estancia donde simplemente había dos agujeros en el suelo en los que tenías que hacer tus cosas con una china al lado y las demás haciendo cola mirando… En fin, alucinante episodio del viaje del cual Jordi se libró, pues prefirió irse a un lugar apartado en la calle. Dos horas más de trayecto y el bus volvió a parar en una especie de restaurante; esta vez preferí aguantarme y no bajé, tampoco fuimos a comer y pasamos con los snacks que llevábamos.

Finalmente llegamos sobre las 7 de la mañana a la estación de Kunming. La primera impresión no fue muy buena: grandes avenidas grises y desoladas. Cogimos la Beijing Lu, una calle principal, y subimos unos veinte minutos hasta encontrar un hotel que salía en la Lonely Planet, el Kunhu Fandian. La recepcionista, en un inglés correcto, nos dejó la habitación, con baño compartido, por 80 yuanes. Antes fuimos a ver la habitación y los baños y nos parecieron limpios y correctos. Cabe decir que el hotel era tan grande y estaba tan poco lleno –no vimos por ninguna parte la multitud de mochilleros que según la guía acudían a ese hotel-, que en los baños siempre estuvimos solos. Sin embargo, hubo dos problemas: los lavabos eran de tipo chino, es decir, agujero en el suelo –a mí me daba igual, pero Jordi no podía con eso y se iba a los lavabos de otros hoteles-; por otra parte, en la agencia de viajes del hotel no hablaban inglés, por lo que, entre otras cosas, nos quedamos sin poder contratar una excursión para ir a ver el Bosque de Piedra, ya que tampoco encontramos los autobuses que iban allí. Finalmente,  otra curiosidad de aquel hotel: Jordi vio a un cliente lavándose los dientes –hasta ahí todo normal-, lo extraño es que lo hacía ¡sentado en cuclillas sobre el lavabo!

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